Buenos días chicos, sigo siendo Paula. Ya hace más de un mes que estoy aquí, en breves tendré que marchar, pero me quedan por contar tantas cosas. Así tendréis historias de una universitaria perdida en el pueblo para rato.
Esta vez os quiero hablar de dos experiencias naturales que me han marcado o al menos me han hecho ver el mundo de otro modo.
Taquito, Boloñesa y Sarita.
Puede ser que el título de este apartado de pie a entender que voy a hablar de comida y una señora, pero, nada más lejos de la realidad.
Como es lógico, los curas tienen gatos para que no aparezcan ratones, así no tienen que preocuparse de ninguna plaga. Para mi mala suerte nunca me había llevado bien con estos animales. Mis amigas tienen gatos, pero por algún motivo que desconozco, nunca les he llegado a caer bien a ninguno de ellos, por eso me declaraba persona de perros. De hecho tengo uno.
Me preocupaba que mi relación con los gatos aquí fuese también mala. Porque da la casualidad que su «territorio» o más bien donde echan la siesta en veranito al sol, coincide con el camino que tengo que atravesar para llegar de mi lugar de dormir al comedor. A la fuerza los tenía que ver todos los días mínimo tres veces. Y lo siento mucho, pero no me apetecía entrar en batalla con ellos todos los días.
Afortunadamente nada de eso ocurrió. La primera noche los gatos más pequeños de la camada, dos o tres meses, estaban en la entrada del comedor, jugando, durmiendo, pasando la noche. Uno de los padres, ya me contó que no hacían nada, pero con la mala suerte que arrastraba con los felinos, no me fiaba.
Para cuando quise llegar al edificio donde estaba mi habitación para dormir, estaba rodeada de gatitos de no más de tres meses. De ellos uno llamó mi atención, blanquito con los ojos azulados y la cola como la de un tigre. Empezó a ronronearme y pedir caricias, decidí entonces llamarlo Taquito, parecía que habíamos conectado. Tanto que a la mañana siguiente ya me estaba esperando para más mimos. Así durante unos días, me venía a buscar al desayuno, la comida y la cena. Incluso un día apareció con otro gatito, igual que él pero a diferencia del primero, este tenía la cola partida en dos, lo bauticé como Boloñesa, por seguir con la temática de la comida. Desde entonces tenía dos compañeros felinos, pero la mayoría de ellos seguían bufandome.
Una mañana el padre Jesús me presentó a la gata más vieja del retiro. Una gata grande peluda, que para nada tenía que ver con Taquito y Boloñesa. Me comentó que era un poco desconfiada pero muy buena. Así que con unos días de calma y un poco de pavito del desayuno, conseguí convencerla de que fuese mi amiga. Desde entonces acude a mis «pspspsps», para mimos y trae a todos los gatos con ella. Ya era parte de la manada. Me había reconciliado con los felinos, hasta el punto de casi convencer a mi familia de llevarnos a Taquito y Boloñesa a casa, pero con un perro en casa no era una muy buena opción.
Zurita
Poco después de instalarme aquí, por no decir el primer fin de semana, conseguí convencer a mi familia de pasar tiempo juntos en una casa rural cerca de Peralta de la Sal. Concretamente fue en Zurita, un pueblo de la zona, en Casa Montañés. La verdad es que ya me advirtieron que el pueblo no era grande, solo estaba la casa rural y la familia que llevaba la casa rural. Y aún con el aviso, me sorprendió mucho que nos tuviésemos que meter por un camino de cabras con el coche para llegar hasta allí. Pero era un sitio precioso, lleno de naturaleza y la noche completamente estrellada. Era como un pequeño oasis dentro de lo rural.
No os confundías, Peralta es un pueblo muy bonito, como Calasanz o Gabassa que están aquí al lado. Pero Zurita es una población enana, sin nada literalmente pero que realmente no necesita más para mostrar su encanto. Puedes ir con familia, amigos, hacer barbacoa, caminos y senderos para ir a ver las cuevas de sal o simplemente senderismo, también tienen un monte para hacer escalada y como ya he comentado ver por la noche las estrellas. Que como dato hay muchas fugaces en esta zona, sin coincidir con las perséidas.
Nuestra familia es de un pueblo de Teruel, vamos mucho en verano y aunque no se puede comparar la zona de Huesca con la de Teruel, son bellezas distintas; hacía mucho que no disfrutaba de unas mini-vacaciones así con toda mi familia por culpa de la pandemia y otras miles de situaciones.
Aquí aprendí que en los lugares más inhóspitos, dónde menos lo esperas pero con buena compañía se pueden crear enormes recuerdos sin estar en la ciudad o en un lugar plenamente desarrollado.
Y hasta aquí mis aventuras chicos. Pero en breves, habrá más. Aunque para mi tristeza, para entonces estaré ya en Zaragoza.